EN LO ALTO DE LA SIERRA

Ave que vuela…

La Adrada, provincia de Ávila, primeras semanas del otoño de 1960.

Estamos descansando, sentados en unas rocas en lo alto de la sierra.

¡ La Sierra de Gredos ¡ En su parte mas oriental.

Después de una larga jornada de caminatas intermitentes, es digno de contemplar la maravillosa  panorámica que se nos ofrece de todo el Valle del Tiétar.

De izquierda a derecha; Sotillo de la Adrada, La Adrada, Piedralaves y Casas Viejas, en un primer plano.

Más a la derecha, las laderas de Mijares y Gavilanes.

En un segundo plano los términos de La Iglesuela y La Higuera y al fondo, entre la bruma, los Montes de Toledo.

Pero lo  que quiero justificar en este relato es el motivo de nuestro descanso por agotamiento, mas por la actividad física que por el mal de altura.

Comenzó la jornada cuando Eugenio, el “Talanda”, tocó en el cristal de mi ventana a eso de las cuatro de la madrugada.

No os he contado que la casa de mis padres se encuentra al borde de una garganta truchera – la Garganta de Santa María (antes de la “Cagalera”) – en el paraje “Sierra de Aguas” – y a media legua de La Adrada, monte arriba por un camino forestal que lleva al monte público 51.

Me sacó bruscamente de un profundo sueño arrullado por el murmullo del agua que baja por la “Garganta” saltando alegre entre las rocas formando pequeñas cascadas.

Os voy a presentar a Eugenio: Mozo fornido, de baja estatura, familia de pastores, la tez curtida por los aires de la sierra.

Había recogido, de camino, a mi amigo y vecino campestre Jaime Plasencia. Su casa esta un poco mas abajo, cerca del “Martinete”.

A propósito, Jaime venia cargando con su escopetilla de 12 milímetros y me instaba a que me llevara la mía. No lo creí necesario pues ya teníamos una “matona” y manejada además por un experto tirador, pero puse por excusa que con su peso me dificultaría la marcha.

Desperté a mi primo Hänschen (Juanito en alemán), alemán de Alemania, no  ! alemán de los coj…¡

 

Natural de Frankfurt, que se encontraba pasando una temporada con nosotros, de vacaciones y que al proponerle acompañarnos en una excursión a lo alto de la sierra asintió lleno de ilusión.

Rápidamente nos arreglamos y pertrechamos para la aventura.

Salimos sin desayunar y después de hora y media de caminata, cuesta arriba, llegamos al refugio de “Matarrecia”. Descansamos un rato, bebimos agua y continuamos.

Al cabo de otra hora de camino, pasadas las “Eras de la Llega” avistamos la majada.

Tiene aparte del redil, un chozo rústico de base circular de unos tres metros de diámetro.

La circunferencia es un muro de piedra de un metro y medio de alto, hecho de mampostería sin argamasa alguna. Abierto hacia el sur para evitar los vientos fríos.

El armazón de troncos, reunidos en sus puntas, le da una forma cónica, realmente bonita.

La cubierta de ripias de madera está protegida con retamas, superpuestas escalonadamente, fijadas con cuerdas y alambres, con lo que se consigue realmente una buena impermeabilización y protección contra la lluvia y la nieve.

La puerta es de de madera, de metro y medio de alto, con forma cóncavo-convexa, como la forma de una teja. Está hecha, de una pieza, de un tronco de castaño. Se adapta a la superficie convexa de la circunferencia y se  sujeta por un lado, a uno de los troncos, con unas gruesas tiras de cuero fuerte.

El interior es francamente acogedor. Dividido en dos zonas por un tronco que, reposando en el suelo, cruza de lado a lado el habitáculo de manera oblicua y que sirve de asiento.

El hueco de la parte posterior, relleno de helechos secos y aplastados forma, hasta la altura del tronco, una amplia plataforma para el descanso nocturno. Se puede extender una manta y dormir bastante confortablemente.

Una vez sentados en el tronco,  a nuestro frente, a la derecha, está la puerta y a la izquierda de la puerta está el hogar. De entre las piedras salen unos hierros de donde cuelgan algunos utensilios de cocina, unas alforjas, una bota y un candil, utilizado para la iluminación nocturna. De día basta con dejar la puerta abierta.

Comienza la verdadera aventura, llena de sorpresas para el alemán.

¡Vamos a desayunar!

Al amor de la lumbre, donde refulgen todavía algunas ascuas, hay una gran sartén con tres patas, en su interior borbotea un guiso de patatas. En las alforjas, dos hogazas de pan de pueblo, pan candeal.

 

También guardan amorosamente un queso de cabra, un hermoso trozo de jamón y un taco de tocino salado.

¡Eugenio! ¿Quién nos ha preparado el almuerzo?

– Mi tío, que ayer tuvo que sacrificar una cabra que se había “mancado” partiéndose una pata al despeñarse de una roca.

La pitanza nos  la ha dejado preparada el tío de Eugenio antes de sacar las cabras a pastar al monte.

También nos ha dejado una pierna de la cabra, escondida entre las rocas, en la cuerda de  la sierra,  al lado de la fuente del ventisquero.

Mi primo me pregunta, por supuesto en alemán, ¿de qué está hecho el guiso? Yo le contesto que son patatas con el hígado, los riñones, los pulmones y el bazo, es decir el bofe o mejor dicho la casquería de una cabra. No le aclaro nada más.

La cara de mi primo y sus comentarios podían ser, tanto de asombro como de asco – pobre chico de ciudad – remiso a probar bocado.

No me atreví a traducírselo al “Talanda” por cortesía.

Nosotros impertérritos.

Cogimos cada uno un cantero del pan de hogaza y sacándole la miga nos fabricamos el adecuado utensilio a modo de cuchara y comenzamos a disfrutar de las patatas guisadas, dándole de vez en cuando un tiento a la bota, de la cual brotaba un delicioso vino tinto de la zona, embocado, dulzón.

Juanito al ver que no nos pasaba nada y acuciado por el hambre, pues tampoco había desayunado, tomó primero un amplio trago de la bota y después de limpiarse con el dorso de la mano los chorretes de las comisuras, debidos a su inexperiencia en cuestiones de botas y botijos, tímidamente pidió un “utensilio”.

El vino debió hacer su efecto pues haciendo de tripas corazón y con el  zoquete de pan en la diestra, comenzó la cata del guiso.

Si no nos damos prisa nos deja “in albis”, que rápido engullía el condenado.

Terminado el almuerzo, serían las ocho de la mañana, continuamos la marcha, dejamos el camino y cogimos un sendero en dirección hacia el pino del “Aprisquillo”.

Junto a un  arroyo, “Cuqui” el perro de Eugenio tomó el rastro de una ardilla, la divisó en lo alto de un pino y la fue corriendo a base de latidos (ladridos cortos y seguidos) a la vez que daba, de vez en cuando, saltos amenazando a la ardilla de subir a los pinos a por ella.

 

Mientras él iba por el suelo con la cabeza ladeada, mirando con un ojo al camino y con el otro a la ardilla, esta saltaba de pino en pino hasta acabar en uno, totalmente aislado.

La había acorralado.

Sintiéndose perdida saltó al vacío. No tuvo escapatoria. Cuqui la atrapó, y con un zarandeo la descoyuntó.

Ardilla al zurrón y comentario de Juanito: ¡por que guarda  Eugenio la ardilla en el zurrón!

Le tuve que explicar lo sabrosa que es la carne de ardilla en un  arroz. Solo se alimenta de piñones.

Llegamos al Pino del Aprisquillo, un ejemplar centenario que no lo abarcan, rodeándolo, varios hombres entrelazando sus manos, respetado posiblemente por lo dificultoso que hubiese sido su arrastre para sacarlo de su enclave, una vez talado.

Parada y fonda, son las diez y hay que reponer fuerzas.

Sale del zurrón el queso, de los que hace la familia de Eugenio, un buen trozo del jamón de la matanza y el consabido pan.

Exquisito el queso de cabra muy curado.

El jamón no tiene nada que envidiar a uno extremeño y el pan, divino.

Mi primo no lo rehúsa, son para él, manjares conocidos. Además los hace pasar por el gaznate a base de sucesivos tientos a la bota. Ya no le importa mancharse.

Los demás damos buena cuenta de las viandas. Sobre el zoquete de pan vamos cortando con la navaja trozo de queso, trozo de jamón…… y trago de vino.

Pienso en voz alta dirigiéndome a Eugenio – recuerdo con fruición el taco de tocino cortado sobre el pan que comí el otro día en tu casa –

Dicho y hecho, Eugenio saca del zurrón un trozo de tocino y me lo ofrece. No le hago ascos.

¡Vale ya!

¡En marcha!

Poco  a poco según vamos ascendiendo van desapareciendo los pinos y son sustituidos por retamas y piornos. Más arriba, casi en la cima solo canchales y rocas.

 

Solo quedan los restos del tronco de un pino derribado, victima de un rayo.

Subiendo por los canchales llegamos a la fuente.

Mi primo observa intrigado a nuestro guía y amigo.

Está separando y apartando un grupo de piedras. Ha encontrado la pierna escondida de la cabra.

Miro al alemán y noto un gesto inquisidor. Se lo que va a preguntar y me adelanto contándole la verdad, lo de la victima del accidente.

Mientras tanto hemos preparado un corro de piedras y con las ramas del pino que vimos en la subida, cerca ya de la fuente, encendemos la correspondiente hoguera. Eugenio trae una lancha de piedra, la coloca encima del fuego, mecha la pierna con el resto del tocino, el que no me comí por vergüenza y la coloca encima de la plancha improvisada.

Vamos a comer “pierna de cabra a la piedra”.

Mientras se asa la pierna,  Juanito comienza a rodar piedras canchal abajo. Ríe a carcajadas divertido por el ruido que producen los pequeños aludes.

¿Dónde esta el Talanda?

Ha desaparecido.

Al cabo de un rato aparece con el tronco seco del pino al hombro.

¡Alemán! Ahora si que te vas a divertir, le dice a mi primo.

Se acerca a una gran roca, de mas de un metro de altura y haciendo palanca con el tronco la precipita al vacío.

La que se armó. Menuda avalancha de piedras canchal abajo. Por lo menos recorrió doscientos metros dando tumbos con un estrépito ensordecedor.

Mi primo no salía de su asombro.

Nos dispusimos alrededor de la lumbre con la improvisada plancha y comenzamos a comer.

De pronto divisamos a lo lejos una pareja de enormes cuervos que descendieron por detrás de unas rocas.

 

Seguramente con la intención de dar buena cuenta de la cría de alguna cabra montes “Capra Hispanica” habitantes de la Sierra de Gredos.

Jaime, como buen cazador que ama la naturaleza, con la intención de ayudar a la posible víctima, rececha a los depredadores ocultándose entre las rocas. Se aproxima y se hace ver.

Dos disparos certeros. Vemos como caen abatidos los dos enormes cuervos.

Juanito exclama con una cara de espanto: ¿También nos los vamos a comer?

Recogemos, apagamos el fuego y de vuelta a casa.

Ha sido un día impresionante, estoy rendido. Me siento en el sillón frente al televisor y según me voy quedando traspuesto escucho como Hänschen le cuenta sus vivencias a sus tíos, mis padres.

Oigo una carcajada de mi padre y le dice: también comen lagarto, etc. y otros pajarracos.

¡Ave que vuela a la cazuela!