Estábamos en nuestra Clínica Veterinaria del pueblo de los Molinos cuando entra muy alterada una Clienta, desencajada , con lágrimas en los ojos y una caja de cartón en las manos.
Por favor, por favor, salven a mi canario.
Tranquilícese Señora, cálmese, le decimos mientras le acercamos una silla.
Ya más calmada le pedimos que nos cuente lo sucedido a su canario.
Con manos temblorosas abre la caja de cartón y saca una culebra de unos sesenta centímetros de longitud.
El sobresalto del ayudante fue mayúsculo, pero afortunadamente la “bicha” estaba muerta. Tenía la cabeza machacada.
Comienza su relato la pobre señora: – Cuan volví a casa, de comprar en el mercadillo, entré en la cocina y me asomé a la ventana, en cuyo alfeizar suelo colocar la jaula para que mi canario tome un poquito el sol y me extrañó no ver al pájaro. Porque siempre que yo entraba en la cocina revoloteaba y cantaba alegre saludándome.
Lo único que vi fue algo que se movía como retorciéndose y colgando por la parte opuesta de la jaula.
Era la maldita culebra, que subiendo por la enredadera que está pegada a la pared de la casa, había alcanzado la ventana y entrado fácilmente a la jaula deslizándose entre los barrotes, se había tragado mi canario y al querer salir quedo atrapada por el bulto que hacía el pájaro en su barriga.
Llamé angustiada a mi marido el cual, después de matarla, saco la culebra de la jaula y la metió en la caja.
Haga lo que pueda Doctor:
Mi respuesta no podía ser otra; Señora su canario ya debería estar muerto antes de tragárselo, porque las serpientes estrangulan a sus víctimas y solo se las tragan cuando están muertas.
Bueno respondió la mujer, pero hágale la “Cesárea” para recuperar su cuerpo y le podamos hacer un entierro digno en nuestro jardín.
Así se hizo: abrimos el abdomen a nivel del abultamiento y apareció el pobre, hecho un asco.