SUEÑO

 

Estoy al borde del mar, en Peñíscola, una ola acaba de llegar envuelta en el murmullo de otras olas, rompiendo con suavidad en la playa, con la vana ilusión de alcanzar el paseo marítimo.

Intenta, por todos los medios, adornarse con las brillantes luces de las farolas que recorren el paseo.

Pero a su pesar y por mucho que se estira, y se estira, se ve obligada a retroceder lentamente, con pena.

Solo queda, en el reflejo de la fina lamina de agua, una hilera de puntos luminosos, como las perlas de un collar, que poco a poco van desapareciendo.

Parece como si mi amiga la ola se los estuviera llevando, para construir entre las algas del fondo, un camino de luces  a sus amigos los peces.

Mientras preparo mis aparejos de pesca se hace de noche.

Lanzo el cebo y clavo la caña justo en el limite entre el agua y la arena, allí donde se desvanecieron los sueños  de la ola.

Me siento  a esperar.

Pasa el tiempo.

Intento adivinar, en las sombras, la silueta del castillo, reflejada en el agua, al otro lado de la bahía.

Absorto con mis pensamientos, me voy quedando ligeramente traspuesto.

Y al igual que la ola, comienzo a soñar – aventuras de caballería-.

Llego al pie de la torre del homenaje, en la ventana está asomada una joven  y bella doncella, que me sonríe con ternura.

¿Acaso es imaginación?  ¿me han llevado las olas en volandas?

Pero estoy allí,  arrobado con la maravillosa visión.

De pronto, un fuerte tirón del sedal me arranca con violencia de mis ensueños.

Un maldito pez me vuelve a la cruda realidad.

Le doy al carrete y recojo el aparejo.

En realidad no es un maldito pez, es una hermosa dorada.

Me invade un tremendo coraje pero le quito el anzuelo con suavidad, casi con mimo.

 

Al contemplar los preciosos reflejos dorados en sus escamas, como si fueran recuerdo de las luces del paseo, se me pasa el enfado.

Siento en mis manos el estremecimiento del pez y sus coletazos, intentando liberarse.

Quiere volver al camino de luces que le ha creado la ola entre las algas.

Aparece otra vez, mi amiga, la ola soñadora.

Entre el suave murmullo del mar parece querer decirme algo, en un susurro, mientras intenta alcanzar de nuevo las luces del paseo.

Lo intuyo y de manera automática, según se retira la ola dejo suavemente al pez en el agua para que vuelva a disfrutar de la vida, mecido por las olas, entre las algas del fondo.