Fito y Fita, una pequeña pareja de aves acuáticas, llevaban varios días de viaje volando en busca de un lugar para anidar.

Cansados de tan largo viaje, al pasar por encima del norte de España vieron una laguna enorme, de un color verde esmeralda y en la que se reflejaban las nubes.

Mira – parece que un trozo de cielo se hubiera posado en el agua – dijo Fita.

La laguna estaba bordeada de carrizos que se mecían con el aire, bailando una suave danza, al son de la leve música que producía el viento al pasar entre los cañaverales.

Fito dio – mira que laguna tan bonita, aquí podríamos descansar, e incluso pasar el invierno -.

Fita, un poco preocupada dijo –desde aquí arriba veo un oscuro bosque cerca de la laguna, me da miedo, no me inspira confianza -.

Fito respondió – no tengas miedo, construiré un nido seguro y yo te protegeré – Además con no salir de la laguna, no nos podrá ocurrir ningún mal –

Convencida ella de que no corrían ningún peligro, descendieron en picado y aterrizaron en el agua.

Bueno, no se debería decir aterrizar, pues aterrizar es posarse en la tierra.

Que bello es este lugar, dijo ella – Y que calentita esta el agua, dijo él –

Se pasaron toda la tarde recorriendo la laguna, hasta que en un entrante de la ribera, casi cuando se ponía el sol y justo en un rincón en el que desembocaba un arrollo que alimentaba la laguna de agua fresca, encontraron el sitio perfecto para construir su vivienda.

Fito se quedó extasiado al ver, al contraluz, como brillaban los bonitos colores de las plumas de Fita.

Se le escapo un hondo suspiro –

¡Que preciosa esta!

Como pudieron  y arrebujados el uno contra el otro, pasaron la noche.

Él la protegía cubriéndola con el ala, para que el rocío no estropeara su hermoso plumaje, acunándola hasta que apareció la aurora y se hizo de día.

Con el brillo del sol el lugar parecía más bello todavía que la tarde anterior.

La vida empezó a bullir a su alrededor.

Entonces una hermosa libélula se poso en una caña muy cerca de él.

 

Al verla pensó para sí – Que bocado tan suculento –

Rápidamente la cogió por una ala y se la llevó a su compañera.

– Toma, no es mucho, pero te servirá de desayuno –

Fita, al ver esa maravilla de colores tornasolados y ese cuerpo tan gracioso, le dijo a su marido – Suéltala, que viva para mostrar su gracia a la naturaleza –

Libre la libélula, se posó en el piquito de Fita y como dándole un beso le dijo –Gracias, no lo olvidaré nunca –

Salió volando y con toda prisa le contó a todos los habitantes de la laguna lo que le había sucedido.

Fito no se quedó contento y se fue a buscar alimento.

A la revuelta del arrollo vio un hermoso pez y… ¡zas!

Lo cogió por la cola y se lo llevó a Fita.

Ella al verlo dijo – Que bonito es, como brillan sus escamas, parece de plata –

¿No ves como me mira con esos enormes ojos saltones? – No me lo puedo comer –

Y lo dejó libre.

El pez, dando saltos de alegría les dijo  – Gracias, no lo olvidaré mientras viva -.

Y se fue nadando a toda prisa a contárselo a sus amigos.

Sin perder las esperanzas, Fito seguía nadando por la laguna cuando vio una enorme rana, la apresó por una pata y se la presentó a Fita diciendo – ¡Esto si que es un bocado exquisito! –

La rana croando de angustia imploraba – Por favor no me comáis, tengo una enorme familia que cuidar -.

            Fita compasiva dijo – Suelta a la pobrecita -. Y la rana llena de gratitud croaba de alegría, no lo olvidare jamás –

Croa, croa, croa…

Dando saltos de algria por la orilla, se lo fue a contar a sus vecinas.

Mientras que Fito iba trayendo pajas, ramitas, hojas de carrizo y cañas, Fita iba tejiendo un hermoso nido.

Lo fue forrando con las plumas que se quitaba del costado, debajo de sus alas. Que por cierto es donde se encuentran las plumas mas rizadas y esponjosas.

Informados de la noticia, todos los habitantes de la laguna se reunieron y fueron a saludar a los recién llegados.

 

La libélula exclamó – ¡Que hogar tan acogedor habéis construido! –

El pez les dijo – ¡Que escondido y protegido está! –

La rana les felicitó por lo bondadosos que eran.

En fin, todos los pobladores de la laguna dijeron a coro – Viva. Viva, ya tenemos otros amigos, que seáis muy felices y tengáis muchos hijos -.

Y se fueron cantando y dando gracias.

Pasaron los días y el nido se fue llenando de huevos, Fita los cuidaba con amor y les daba calor mientras que Fito buscaba comida.

El pez le vió que andaba despistado y le preguntó – ¿Qué haces? –

Busco comida, contestó Fito.

Ven conmigo y te enseñaré donde nacen unas algas riquísimas. Y le llevó a un sitio que no era muy profundo, donde pudo saciar su apetito.

De vuelta al nido se lo contó a Fita y mientras ella se fue a comer, él cuidaba de los huevos.

Pasaron los días y Fito harto de algas, empezó a protestar.

La rana que estaba cerca le oyó, se acercó y le dijo – Ven conmigo, te enseñaré un sitio de la orilla donde crecen unos brotes muy nutritivos y que además no tienes que bucear para cogerlos.

Mientras Fito comía, la rana lee observaba y admiraba lo grande y hermoso que era.

De vuelta a casa se lo contó a Fita y ésta enseguida encontró el lugar, comió con fruición los nuevos brotes y se sació.

Pasaron otros pocos días y Fito, harto de brotes, no paraba de refunfuñar.

En esto que pasaba volando la libélula y le vió.

¡ Fito! Gritó la libélula  – Que te pasa que estás de mal humor –

¡Estoy harto de verduras!

No te preocupes, ven conmigo.

Volando le guiaba por un sendero que se alejaba de la laguna.

No – vayas – tan – deprisa -, chillaba Fito, que con su andar patoso no la podía seguir.

Por fin llegaron a un campo que estaba al borde del bosque y que estaba sembrado de rico maíz y de trigo.

Bueno, – Esto es otra cosa -, comentó él, está riquísimo. Y habiendo saciado su apetito, volvió a la laguna y se lo comunicó a Fita.

 

Pasaron los días y de repente, Fito que estaba tranquilamente empollando los huevos mientras Fita se fue a comer, notó algo que se estaba moviendo debajo de él. Dio un grito y sobresaltado se levantó y vió como los huevos se estaban resquebrajando.

Asustado llamó con todas sus fuerzas a Fita – ¡Corre ven! –

Fita llegó despavorida, – Que pasa, que ocurre –

Fito compungido le comentó que posiblemente, con su peso, había roto los huevos.

Ella se echó a reír a carcajada limpia – Ja, ja, ja, –

Bobo, – ¿No te das cuenta? -. Lo que pasa es que tus hijos quieren salir del cascarón.

Repuesto del susto, Fito, Vió como uno a uno fueron saliendo siete pequeños regordetes, cubiertos de un precioso plumón amarillo.

La noticia corrió como la pólvora y se organizó un gran festejo.

Todos los habitantes de la laguna fueron a felicitar a la feliz pareja.

Con el escándalo que se formó se alborotaron también los habitantes del bosque cercano.

De repente la voz somnolienta y cascada de la bruja retumbo en el bosque:

– Quien se atreve a molestar turbando mi sueño –

El búho , que también era un cascarrabias, le informó – Es esa pareja nueva que ha llegado a la laguna. Han tenido siete preciosos hijitos y todos sus amigos lo están festejando -.

Llena de envidia, pues a ella no la quería nadie, se puso a pensar en un plan maquiavélico.

Pero como Fito y Fita no dejaban de vigilar a sus polluelos, ella no encontraba el momento oportuno para llevar a cabo su plan.

Estuvo madurando el mismo durante mucho tiempo, sin salir de su escondite, cada vez mas furiosa porque la envidia le había quitado el apetito y no la dejaba ni dormir.

Antes de que llegara la primavera, Fito les dijo a sus hijos – Mama y yo nos vamos a buscar comida, sed buenos y no os alejéis del nido -.

Estad tranquilos y no os preocupéis, nos portaremos bien, respondieron todos a la vez.

La malvada bruja, que estaba en lo mas alto del mas alto de los árboles del bosque, escudriñaba la laguna y vio como los padres se alejaban del nido.

Se bajó del árbol tan deprisa que tropezó en una rama, cayó al suelo dándose tal porrazo que casi se rompe las narices. Lo cual la enfureció más todavía.

 

Llegando al nido puso observar como estaban los siete apretujados el uno contra el otro, sin rechistar, pues habían visto a la bruja.

Por lo bajinis se dijo – Les echaré una maldición -.

¡ Que su plumón amarillo se vuelva marrón, del color del barro, feo y asqueroso!.

Cuando volvieron Fito y Fita se encontraron el panorama y enfadados les regañaron, creyendo que se habían rebozado en el fango.

Fita no paraba de lavarlos y restregarlos, pero no se limpiaban y ellos que no eran culpables no paraban de llorar.

Pasaba por allí la libélula y les preguntó – ¿Que os pasa pequeños? – La bruja no ha hecho esto, contestaron a coro –

La libélula se fue volando en busca del hada buena de la laguna y le contó el caso.

El hada buena vino enseguida y les calmó diciendo – No os preocupéis, eso desaparecerá cuando se os caiga el plumón –

Efectivamente, al pasar una semana les empezaron a salir unas plumas blancas con tornasoles grisáceos, mucho mas bonitas que las de sus padres.

Enterada la bruja del fracaso de su plan, hizo otro conjuro – que las patas les crecieran tanto que no pudieran llegar con el pico al suelo y no se pudieran alimentar.

Como no podían comer se iban debilitando poco a poco.

Preocupados los padres convocaron a todos los habitantes de la laguna, que juntos fueron a pedir ayuda al hada buena del bosque, que bien conocía los trucos de la malvada bruja.

El hada del bosque preparó un bebedizo que deberían tomar por la noche cuando saliera la luna llena.

Así lo hicieron y a la mañana siguiente comprobaron que el cuello les había crecido tanto que podían alcanzar el suelo y comer tranquilamente las semillas que se encontraban esparcidas por el campo.

Contentos se presentaron ante la asamblea de la laguna.

Todos pudieron comprobar como, esas feúchas y torpes aves, se habían convertido en unas hermosas garzas reales. Que muy contentas y ufanas volaron en circulo por encima de la laguna.

Cuando hubieron dado tres vueltas dirigieron su elegante vuelo hacia el norte, en perfecta formación en uve.

Abajo quedaron Fito, Fita y el resto de los amigos de la laguna que orgullosos les saludaban diciéndoles:

–         ¡Os esperamos para el próximo otoño! –