Pedro era un niño muy alegre, que tenía una voz maravillosa y se pasaba todo el tiempo cantando canciones muy bellas que el mismo componía.
Vivía con sus padres, Juan y María, en una casita muy humilde al borde de un camino, que atravesando el bosque, llevaba a un palacio en el que vivía el Rey de aquel país junto a su esposa y su única hija, que todos los días que pasaba por delante de la casa de Pedro mandaba parar la carroza y se ponía a escuchar, embelesada durante un rato, las canciones de Pedro.
El padre de Pedro se dedicaba a las labores del campo y la madre a las laboras de la casa.
Pero un día Pedro enfermó y la familia comenzó a gastar los ahorros que tenían, en las medicinas que necesitaba el niño.
Como Pedro se aburría de tener que estar todo el tiempo en la cama y no poder salir a jugar con los animalitos del campo, su padre le construyó, con una caña, una especie de cerbatana con la que se entretenía, entre canción y canción, disparando pequeñas piedrecillas a todo lo que se le ponía por delante.
Una vez le disparó a un saltamontes que se había posado en la flor de una maceta que su madre tenía en el alfeizar de la ventana. El proyectil pasó tan cerca que el saltamontes se llevó un susto tremendo y del salto que dio fue a dar contra el marco de la ventana. Lo que provocó las carcajadas de Pedro.
Las risas y las canciones despertaron la envidia de un ruiseñor que vivía en el bosque enfrente de la casa y se propuso fastidiarle la fiesta al niño.
Por la noche entró volando en la habitación donde dormía Pedro y con el pico hizo un agujero en la caña.
Al día siguiente el niño cogió la cerbatana y al querer disparar comprobó que el proyectil no salía, era porque el aire se escapaba por el agujero y se puso a llorar.
Su padre le dijo: no te preocupes, tapa con un dedo el agujero y sopla. Fue la felicidad del niño, que siguió con sus ejercicios de puntería y alegrando la casa con sus canciones. Lo cual exasperaba mas todavía al envidioso ruiseñor, que no contento con lo que había hecho volvió a la noche siguiente y una vez dormido Pedro, le hizo otro agujero en la caña.
Al día siguiente lo comprobó el niño y con mucha pena se lo contó a su padre. Este le volvió a decir lo del día anterior – pues tapa los agujeros con los dedos.
Efectivamente, pudo seguir disparando, riendo y cantando.
El ruiseñor no cesó en su empeño y llegó a hacerle hasta ocho agujeros. Esto no impidió que el niño siguiera utilizando su cerbatana.
Lleno de furia el ruiseñor pensó otra maldad – le taponaré a medias el agujero por donde sopla y así el aire saldrá con menos fuerza.
Pedro no se dio cuenta de la fechoría y empezó con su artillería, efectivamente, los proyectiles salían sin fuerza. Se sentía derrotado. Sin darse cuenta levanto un dedo y en vez del proyectil salió un sonido. Sorprendido repitió el movimiento y volvió a sonar el mismo tono.
Levanto otro dedo y el sonido cambió. Así fue alternando los dedos que levantaba y cambiaban los sonidos que salían de la caña.
Comprobó que los sonidos que salían se parecían a los que él emitía con su garganta.
El ruiseñor le había construido sin querer una flauta.
Divertido, empezó a tapar y destapar agujeros mientras seguía soplando y de esta manera consiguió repetir con sonidos, las canciones que se iba imaginando.
Un día pasó la princesa y lo oyó. Al llegar a palacio pregunto a su mayordomo y este le contó las penurias de esa familia. Corriendo fue a su padre el Rey y le hizo un ruego. Sus deseos fueron escuchados.
Juan, experto en las labores del campo, fue nombrado jardinero real.
María cocinera de palacio.
Y Pedro, paje de la princesa, se dedicaba a alegrarle el ánimo con su música y sus canciones.