Tengo que reconocer que no siento especial predilección por los simios.
Ante su presencia me invade cierta sensación de peligro con su cercanía. No puedo reprimir la idea de indefensión.
Aunque no he tenido experiencias de ningún tipo con ellos, ni he tenido que soportar ataque personal alguno, me he fijado en su comportamiento en general, en los zoológicos, safaris park, en el circo, en los documentales.
Son animales de una enorme agilidad y fuerza y he podido observar comportamientos agresivos, de dominancia, de descaro y falta de temor.
Me parecen seres que tienen además de colmillos, demasiadas manos con las que te pueden agarrar, incluso con la cola, los que la tienen.
En definitiva, siento prevención hacia ellos.
A pesar de todo lo anteriormente expresado me tocó en suerte enfrentarme a uno.
Llaman a la puerta del despacho; Con su permiso profesor, tenemos en la consulta un paciente que creo debe echarle usted un vistazo.
Voy a la consulta y me encuentro con un monito joven, dos años aproximadamente y de unos 50 centímetros de estatura. Está postrado, muy quieto y cara de estar muy malito.
Me cuenta el alumno que le ha hecho la anamnesis, que lleva 24 horas en ese estado, no come ni bebe y que la dueña le ha comentado que tiene predilección por las petunias y probablemente se deba a una indigestión. Se ha comido todas las petunias de los cuatro maceteros que tiene en la terraza.
Como le encuentro tan postrado procedo, no sin reservas, a la exploración abdominal.
Con mucho mimo (algunos lo podrían llamar precaución), comienzo a realizar una palpación superficial y aprecio una elevada temperatura, distensión y gran defensa abdominal. El pobre ni rechista, por lo que profundizo en la palpación y noto que se despierta dolor.
Le cojo por las axilas para cambiarle de posición y el pobre se me agarra a la bata y apoya su cabecita en mi hombro mirándome con unos ojos que quieren decir – estoy muy malito, ayúdame, tu me puedes curar.
Enternecido le acaricio mientras pido que le lleven al Servicio de Radiología para que le hagan una radiografía del aparato digestivo con contraste.
Una vez que se lo han llevado llamo al radiólogo y le aviso que le mando un “marrón”. Un mono, para hacerle un estudio del tránsito intestinal, que a ver como se las apaña.
Al cabo de una hora aparecen con el mono y la serie radiográfica del tubo digestivo.
Diagnóstico: Obstrucción intestinal.
Tratamiento: Quirúrgico
Asombrado por la rapidez y facilidad en la realización de la prueba y sabiendo que para la administración del contraste habría sido necesaria la utilización de una sonda gástrica, con la consabida resistencia por parte del paciente, quise salir de dudas y volví a llamar al radiólogo para que me informara.
¡Cuéntame el secreto!
Respuesta: ¡Muy sencillo! Desenrosqué el frasco del contraste, llené el tapón y se lo alcancé al mono. Éste lo cogió se lo llevó a la boca y sorbo a sorbo se lo tomó. Acto seguido alargó la mano y me pidió más. Se lo di y volvió a tomárselo.
Si no lo veo no lo creo. Cual es la justificación de un hecho tan insólito.
Respuesta: “El contraste sabe a anís”