Estoy desvelado, son las tres de la madrugada.
Me ha despertado un sonido casi imperceptible que viene del exterior, como un susurro.
Como estamos confinados por lo del coronavirus las dobles ventanas están herméticamente cerradas, impermeables a cualquier signo que venga del mundo exterior.
Las persianas bajadas, oscuridad absoluta, me impiden ver la calle.
Algo en mi interior se revuelve, me inundan una serie de sensaciones extrañas, como si fueran viejas , vivencias conocidas de antaño.
Es un torbellino mezcla de falta de aire, que me hace suspirar profundamente y mariposillas en el estómago, sobresalto ante lo desconocido.
En busca de eso desconocido subo la persiana y abro la ventana.
Es noche cerrada, una bocanada de aire fresco, húmedo, me da en la cara. Está lloviendo y corre una ligera brisa.
La magia de la oscuridad, el susurro del aire entre las ramas de los plátanos de las indias, el leve golpeteo de la lluvia en la calle y los olores de los brotes húmedos de los árboles obran en mí una tele-transformación y me trasladan, sesenta y tres años atrás.
La Adrada, provincia de Ávila, Valle del Tiétar en la vertiente sur de la Sierra de Gredos, monte arriba por el camino forestal a  dos kilómetros y medio del pueblo, en el lugar denominado Sierra de Aguas, mi padre ha proyectado establecer su futuro retiro de jubilado.
A principios del verano comienzan las obras de la casa. Yo estoy con las vacaciones de la facultad y me hace ilusión supervisar las obras.
Los muros están, pero el tejado no. En un rincón de lo que va a ser mi habitación me preparo un lecho con helechos que cubro con una lona. Ya tengo cama.
Está anocheciendo, agotado por el trajín del día me tumbo y me quedo observando en el cielo del mes de Julio, cómo el firmamento se va desplazando. Sigo a la Osa Mayor hasta que el sueño me vence.
De repente un sonido desconocido me despierta, es el ulular de un búho.
Son las tres de la madrugada.
Algo en mi interior se revuelve, me inundan una serie de sensaciones desconocidas como un torbellino mezcla de falta de aire, que me hace suspirar profundamente y mariposillas en el estómago, provocando un sobresalto ante lo ignoto.
Envuelto con la magia de la oscuridad escucho, coreado por el canto del búho, el murmullo del agua. Agua que baja a raudales por la garganta de Santa María, rio truchero que linda con la finca y canta haciendo de fondo musical a la melodía del ave nocturna.
Aspiro profundamente los penetrantes aromas que dejan los pinos, el tomillo, el romero yel cantueso. Percibo el suave olor del heno recién segado en el "Prao del Tio Bolilla".
Así permanezco hasta que el arrullo del corretear del agua en la garganta me vence y caigo en un sosegado y placentero sueño.
Suena el despertador invitándome a levantarme para realizar los ejercicios físicos de obligado cumplimiento durante nuestro encierro por la pandemia del COVID19.
Es fantástico como unas sensaciones, unas percepciones sensoriales puede ser el vehículo para reavivar los recuerdos más lejanos o más íntimos. Sin que exista fuerza alguna para anularlos.
Practicar el TELETRASPORTE es una medida .muy útil y eficaz para sobrellevar el encierro durante un confinamiento tan prolongado.
Animo a todos y un fuerte abrazo.
Dieter Brandau Ballnet
18/04/2020