Erase una vez un matrimonio mayor, Karl y Anne Marie, no tenían hijos.
Vivían en el campo, rodeados de bosques y montañas.
El marido había construido una cabaña preciosa, con un cobertizo y una cuadra.
Karl salía todos los días al bosque a por leña, pero solo cortaba las ramas viejas y secas y limpiaba los árboles de maleza, sobre todo un hermoso castaño.
De manera que los árboles crecían sanos y vigorosos.
Atendía además una vaca que le daba leche, una oveja que le daba corderitos y cuatro gallinas que le proporcionaban huevos.
Cuando tenia la leñera llena, paseaba por el bosque y visitaba el arroyo que lo atravesaba, con la intención de pescar alguna trucha que llevar para la cena.
La mujer cuidaba la casa además de un huerto donde cultivaba patatas y hortalizas para el sustento de la familia.
También había plantado arbustos de frambuesas, grosellas y arándanos, con los que hacia unas mermeladas riquísimas y que utilizaba también para adornar exquisitos pasteles.
Y cuidaba con mucho amor unos frutales, sobre todo un cerezo al que tenia especial cariño pues al llegar la primavera estallaba en una inmensidad de flores que inundaban el ambiente de un finísimo y agradable aroma y que después se convertían en jugosas cerezas, utilizadas por Anne Marie para hacer confituras.
Pasaban los años y Anne Marie estaba cada vez más triste.
Una mañana cuando estaba recogiendo cerezas cayó a sus pies un ruiseñor que no podía volar por tener un ala rota.
¿Qué te ha pasado?, le pregunto.
Al darse cuenta de que estaba hablando al pájaro se ruborizo.
Pero cual seria su asombro que el pajarillo le contesto;
–un halcón me ha atacado pero al verte me ha soltado –
Mira está en esa rama, esperando que te vayas para comerme.
No te preocupes le dijo ella.
Con mucho mimo lo cogió y lo llevó a la casa, donde lo cuidó hasta que se le curó el ala.
Cuando el pájaro empezó a revolotear por la cocina, una vez sano, ella abrió la ventana, lo colocó sobre el alfeizar y le dijo;
–ya puedes marcharte y volar a tu nido-
Entonces el pájaro le dijo: -Por haberme salvado del halcón y haberme cuidado con tanto esmero, pídeme un deseo-
Anne Marie contestó:
-me estoy haciendo mayor y me gustaría tener una hija que me
ayude y cuide de mí cuando sea viejecita.-
-La próxima primavera se vera cumplido tu deseo dijo el
ruiseñor y salió volando -.
En el mes de mayo, cuando más florido estaba el cerezo, nació una hermosa niña, a la que pusieron por nombre Marie.
Según crecía Marie cuidaba más de su madre, se iba haciendo cargo de las tareas de la casa y la ayudaba a hacer la comida.
Pero lo que más le gustaban eran las flores, tenia el huerto de su
madre lleno de ellas, sobre todo un precioso rosal al que cuidaba con mucho esmero.
Todas las mañanas adornaba con las flores la casa.
Con el tiempo a su padre le iba embargando cada vez una mayor
tristeza.
Un día yendo al bosque a por leña, vio un viejo roble que estaba seco y tenia ya un gran hueco en su tronco.
-con la leña de este árbol tendré para todo el invierno, pensó Karl-
Preparado para cortarlo, de repente, del hueco del árbol, salió un duendecillo que le imploró – Por favor no cortes el roble, aquí vivo con mi familia y si lo cortas perderé todos mis poderes.
No te preocupes dijo Karl, buscare leña en otro lugar.
Veo que estas triste, ¿qué te preocupa? Le dijo el duendecillo.
Karl le respondió – me estoy haciendo viejo y no tengo un hijo que me pueda ayudar en mis últimos años –
Entonces se ilumino la cara del duendecillo y sonriente le contestó; -Por tu buen corazón serás recompensado, y antes de esconderse dentro del hueco del árbol susurró, – la proxima primavera sé verán realizados tus deseos. –
En el mes de mayo, cuando más hermoso lucia el bosque y más cantarines estaban los arrollo, nació su hijo al que pusieron por nombre Otto.
Otto, siempre contento y cantarín, cuidaba los animales y acompañaba a su padre al bosque y mientras Karl recogía leña, él jugaba con los animales y les cantaba canciones con su cada vez más hermosa voz.
Se hizo un mozalbete y comenzó a ir al pueblo para hacer los recados que le mandaba su madre.
Siempre iba cantando y la gente se arremolinaba a su alrededor para escucharle y al terminar le daban algunas monedas, que el no tardaba en repartir.
Unas se las daba a un pobre mendigo que pedía limosna en una esquina.
Otras se las daba a una viejecita que vivía en una mísera casita al final del pueblo.
Con la ultima compraba un panecillo, que iba desmigando por el camino a casa, para alimentar a los pajaritos del bosque.
Entre los cuales se encontraba, como compañero de viaje, el ruiseñor y que le hacia la competencia emitiendo sus mejores trinos.
Entre los dos al llegar a casa le alegraban la tarde a la familia con sus canciones.
Pasaron los años y un día Karl muy viejecito murió y esa misma noche el duende sembró una castaña al lado de su tumba y creció un castaño que se hizo tan mjastuoso como el que en su día cuidó Karl en el bosque.
Anne Marie también muy viejecita murió de pena.
El ruiseñor trajo como recuerdo una cereza que dejo a la cabecera de su tumba donde la primavera siguiente nació un cerezo tan lindo como el que ella había cuidado en su huerto.
Con los años también murió Marie y Otto planto, en la cabecera de sutumba, un esqueje del rosal que ella tanto mimaba y creció un rosal precioso que daba unas rosas rojas de una fragancia sin igual que inundaba el lugar.
Otto se quedo muy triste.
Un atardecer, sentado a la puerta de la cabaña se dijo, -ya no tengo a quien cantar – cuando de repente aparecieron el duende y el ruiseñor.
Le pidieron que les cantara, pasaron alegres la tarde y anochecido le dijeron: no te preocupes y duérmete tranquilo.
A la mañana siguiente unos trinos maravillosos se oían entre las ramas del cerezo y al instante salían del rosal y un poco después de lo alto del castaño.
Parecía un abrazo musical alrededor de las tumbas.
Durante el sueño se había transformado en el ruiseñor más bello que jamás se hubiera visto en el lugar.
Así pudo cantar a sus padres y a su querida hermana.